Enviado por: "tomy_rope" tomy_rope@yahoo.com.ar tomy_rope
Jue, 29 de May, 2008 7:50 pm
Maravillosa nota,real pintura de una época que todavía emociona,
felicito al autor y a Gadea Sandler por darla a conocer.
En perfilesdeltango@ gruposyahoo. com.ar, "Miguel Gadea Sandler"
>
> Los milongueros
> Por Julio Fernández Baraibar
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>
> Son todos setentones. A todos les cubre la cabeza el zorro
plateado.
> El de algunos de ellos, además, está quedando pelado. Blanco y
> pelado. Quien más, quien menos tiene una pancita hecha a base de
> mucho vino tinto e infinitas empanadas.
>
> Alguno, como Daniel García, el "Flaco Dani", conserva la silueta
de
> sus años mozos, luce sacos y trajes de gran corte y se da el lujo
de
> peinarse, a lo Cary Grant, una cabellera que la tintura hace
rubiona,
> pero que conserva íntegra y saludable.
>
> Otro, como Julio, un elegante y señorial anciano con pinta de
abogado
> radical, ha perdido el pelo que se ha encanecido junto con el
bigote,
> pero no ha permitido que la gula se lleve la prestancia. Sus
oscuros
> trajes cruzados, su camisa blanca sin una arruga, su sobria
corbata,
> parecen adaptarse como una piel a su reservada elegancia.
>
> Está Tito Roca, eternamente joven, aunque de anteojos y una
> incipiente calvicie, cantor de fiestas y cumpleaños de amigos.
>
> También integra la fila un hombre que se parece a Jack Palance en
su
> vejez. Vivió gran parte de su vida en el Dock Sur, conoce todos
los
> oficios de la vida rea, estuvo a bordo como marinero mercante,
cuenta
> historias increíbles sobre su paso por Ciudad del Cabo, Bangkok y
> Hong Kong. Su sobrenombre es El Tigre y nadie conoce su nombre
> verdadero. A mí me lo dijo una noche. Pero no soy ningún buchón.
>
>
> También el Teté Rusconi está en la fila. Disfruta orgullosamente
de
> su panza y sobrelleva con estoicismo su disnea. No le preocupa la
> elegancia cajetilla y cuentan que deslumbró a Pina Bausch que lo
> lleva a Kuppertal para que comparta el secreto de sus giros en la
> pista con los bailarines de su compañía.
>
> Y hay varios más. Los ha llamado a la pista de Porteño y Bailarín,
la
> milonga céntrica de los martes, otro hombre como ellos. Es de
mediana
> estatura. Con unos pocos kilos demás luce un traje de fino
tropical
> azul noche. Camisa blanca y corbata de seda completan un atuendo
al
> que no le falta una elegante traba de oro en la corbata, puesta
> exactamente a la altura del botón del centro de la chaqueta, el
que
> se prende, para que no se vea sino un fugaz brillo, cuando la
lleva
> cerrada. El zarzo en la mano izquierda forma parte de su linda
pinta
> de muchacho de barrio que se fue para el centro. Es cuando habla
que
> aparece "algo en vos que grita Chiclana". Los giros de su
> conversación se remontan a suburbios de la década del cincuenta, a
un
> modo entre respetuoso y plebeyo que revela su origen. Se llama
> Ricardo Maceiras y en la milonga se lo conoce como el Pibe
Sarandí.
>
> La noche de hoy es en su homenaje y él ha preferido compartirlo
con
> los amigos que desde la adolescencia lo acompañan en las noches
> porteñas. Los ha ido llamando uno a uno.
>
> Todos ellos llevan en sus rostros las huellas de una vida en la
que
> han sobrado las experiencias. Puestos ahí, en fila, mirando al
> público, se asemejan más a una rueda de reconocimiento en sede
> policial que a un grupo de homenajeados. Dan la impresión que esa
> noche, por alguna razón burocrática, el comisario de la seccional
dio
> la consabida orden: "Detengan a los sospechosos de siempre".
>
>
> Son los milongueros
>
> Nacieron en los barrios suburbanos de una Buenos Aires mucho más
> estirada y pagada de sí misma que la de hoy, justamente devaluada
por
> piqueteros, cartoneros y descamisados de toda índole. Son de la
época
> cuando venir al centro significaba poder ponerse un traje y un
> sombrero, una camisa que no tuviera los puños deshilachados, una
> corbata decente y un par de tarros rigurosamente lustrados.
>
> A los trece años, cuando el rito de iniciación viril de
> entonces, "ponerse los largos", los convertía en aprendices de
> hombres, los amigos mayores los llevaban a la milonga.
>
> No había en esa época clases de tango en algún Centro Cultural. La
> idea misma del centro cultural les hubiera resultado maricona.
>
> Iban a lugares que se llamaban Rincón de Luna, Mi Ranchito o el
> Palmereñito, donde dos por tres caía la cana en un procedimiento
de
> rutina.
>
> Si vivían en el Dock Sur acudían al Salón Social Yugoslavo o al
Salón
> Caboverdiano, el de los pocos negros que quedaron después que la
> guerra de la Independencia, la del Paraguay y la fiebre amarilla
> terminaron de llevarse a los que trabajaban en las casas de
fammilia.
>
> Y ahí, a los trece o catorce años tenían que mirar a los que
bailaban
> para descubrir el arcano de esa danza cuyo dominio les prometía el
> dominio del mundo. Después, en el barrio, con los muchachos de la
> esquina practicaban. Los primerizos hacían de mujer y los mayores
> intentaban nuevos pasos, giros y dibujos.
>
> Cuando a los veinte obtenían la inmensa libreta de enrolamiento,
la
> papeleta como la llamaban los viejos que todavía recordaban las
> elecciones a punta de pistola en el atrio de una iglesia, aquel
> mamotreto marrón que contenía, además de los datos personales del
> portador, los símbolos patrios y la versión completa del Himno
> Nacional Argentino, obtenían un nuevo símbolo de su reciente
estado:
> la llave de la puerta de casa y, con ella, el derecho a volver a
la
> hora que quisieran.
>
> Entonces, los sábados, con los pantalones bien planchados, se
> mandaban hasta los Bomberos Voluntarios de Echenagucía, milonga
> debute, donde se cuidaban de no mostrar la hilacha.
>
> A los veinte ya habían aprendido a bailar. Entonces el mundo se
les
> abría a las famosas milongas del centro, donde había minas que
tenían
> su propio departamento. El sueño de pasar la noche con alguna de
> aquellas rubias, soñadas mil noches en la pieza del convoy, solía
> realizarse de cuando en cuando, como premio a su pinta juvenil y
al
> arte increíble de sus pies.
>
>
> Son los milongueros
>
> Una madrugada decidieron que esa sería su vida. Toda otra
aspiración
> humana, toda otra forma de realización se había consumido porque
lo
> único que los mantenía vivos era ese insomnio bailado noche tras
> noche. Siempre habría algún trabajito para pucherear. Si era
dentro
> de la ley, no digo mejor, pero, por lo menos, más tranquilo.
>
> Y se hicieron adultos siguiendo a Di Sarli, a Caló, a D'Arienzo o
a
> Pugliese. Y todos ellos se hicieron feligreses de un Buda
alcohólico
> y bueno, Pichuco, el ejemplo de la amistad nocturna, de la
hermandad
> del whiski y un poco de aquella cocaína de entonces, sin cortes ni
> pasta base.
>
> Un día o, como dijo el Pibe Sarandí, un año, 1955, ese mundo
> desapareció. No el del whiski, la blanca y la mala vida. Ese
siguió y
> creció. El mundo del tango, de las grandes orquestas, de las
milongas
> de barrio y de los grandes salones del centro comenzaba a morirse
> junto con la Ciudad Infantil, el Pulqui y los Planes Quinquenales.
>
>
> Son los milongueros
>
> Cuando las grandes grabadoras comenzaron a llenar los surcos de
los
> 33 y los 45 con material norteamericano, el tango inició su
retirada.
> Se refugió en oscuros clubes barriales, en sótanos mal ventilados.
> Las orquestas fueron reemplazadas por grabaciones de aquellos
éxitos
> populares. Y ahí estaban estos juramentados que ya nada podían
hacer
> sino seguir bailando, noche tras noche, cada vez menos y, como
> siempre ocurre en la entropía, cada vez más cerrados sobre sí
mismos.
>
> Pero no aflojaron. Ninguna otra preocupación fue más importante
para
> ellos que continuar ese culto al que fueron introducidos en su
> pubertad, como a un Jehová de suburbio. Sobrevivieron con laburos
de
> mala muerte. Alguno de ellos seguramente tocó el piano en alguna
> comisaría, o se pasó unos meses con la comida pagada por el
Estado.
>
> Leyendo la historia me he encontrado, en la Francia de 1830, en la
> Italia de 1870, en la Alemania de la misma época y hasta en la
> Argentina de 1945, con personajes que habían tenido una destacada
> actuación veinte o treinta años atrás. Y que la bajamar de la
> historia los había mantenido ocultos, lejos de los primeros
planos,
> hasta que un despertar popular, un levantamiento, una revolución
los
> saca de la oscuridad y el anonimato.
>
> Algo así les pasó a los milongueros
> Refugiados en su fervor tanguero, marginados de los grandes
medios,
> de los grandes salones y hasta de su propio barrio, aguantaron la
> mala racha. Continuaron bailando con las mismas viejas amigas los
> mismos viejos tangos de sus años mozos.
>
> Y un día se abrieron, milagrosamente, las puertas del cielo.
>
> Empezaron a encontrarse con pibes jóvenes que querían saber el
> secreto. Alguno viajó a París o a Nueva York. Y con tenacidad
> descubrió que la tradición de esa música, la más universal que
> creamos los argentinos, no había muerto. Que había gringas y
gringos –
> los argentinos llamamos de esa manera a todos los que no son
> argentinos, como los griegos llamaban bárbaros a quienes no habían
> nacido en Hellas- que querían conocer esa danza, una de las
últimas
> en las que el contacto físico entre un hombre y una mujer era la
base
> de una acuerdo de tres minutos.
>
> Los milongueros habían mantenido encendido el fuego de los dioses
> durante veinte o treinta años. El mundo y hasta su propio barrio
> quería bailar esa danza de la que todos volvían a hablar. Los
> bailarines de Rincón de Luna y Mi Ranchito estaban allí para que
el
> mundo bailase al compás de viejas orquestas, de gastados discos de
> pasta que sólo existían en las colecciones de algunos maniáticos.
>
> Estos hombres que están en la pista de Porteño y Bailarín,
convocados
> por el Pibe Sarandí, son algunos de los que permitieron que el
mundo
> vuelva a bailar el tango, que una nueva generación de bailarines
> milongueros haya cruzado sus saberes con la técnica de la danza
> académica y hoy se baile en Argentina y en el mundo el mejor tango
de
> todos los tiempos.
>
> Son setentones que viajan a Europa y a Estados Unidos. Nunca
> apostaron a ganar y hoy cobran en dólares y en euros. Sus nombres
> circulan en la internet y la vida les ha dado un changüí que nunca
> pidieron.
>
> Ahí, en fila, representando a todos sus pares, reyes de la
milonga,
> aplaudidos por muchachas de todas las latitudes, con esas caras de
> haber conocido todo, los milongueros son el desafío al olvido y la
> muerte.
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